(PARTE 1 DE 2)
Se veía una luz en el horizonte, eso sólo podía significar
una cosa: una nave se aproximaba. Hacía mucho tiempo que mis hermanas y yo no
recibíamos ninguna visita. Y si alguien se adentraba en los confines de la
galaxia para llegar hasta aquí, es porque venía a visitarnos.
Mi nombre es Olessya. La hermandad es un secreto, muy pocos han llegado a nuestro
templo a solicitar ayuda. Seres de todas las razas han apreciado nuestros
conocimientos pero el precio a pagar es algo que muy pocos están dispuestos a
dar. Y el silencio es algo que va implícito. Por eso nadie habla de nosotras,
nadie nos menciona ni siquiera en mitos, leyendas o historias para asustar a
los más pequeños. Pero nuestra hermandad sobrevive al paso de los siglos y de
los milenios. Y cuando un alma perdida se nos presenta a nuestra puerta, le
socorremos.
Desde una de las ventanas, esculpidas como grutas naturales
en la roca que envolvía nuestro santuario, divisé al joven que bajó de la nave.
Conocía ese rostro a la perfección pero algo en él era diferente. Me envolví con la capucha roja de nuestra túnica
ceremonial y me deslicé por los oscuros pasillos para observar lo que iba a
ocurrir desde las sombras, aunque las hermanas más jóvenes se turbaron y
comenzaron a moverse de un lado a otro con inquietud.
El joven se adentró en las cuevas, sabía adónde ir. El
templo de la hermandad no era más que un entramado de pasillos y habitáculos en
el interior de una montaña. Por los pasillos se oían murmullos, pasos
amortiguados y hasta el suave cántico de las hermanas en la capilla.
- ¿Hola?- dijo el joven en voz alta, las hermanas temerosas
le rehuían por los pasillos pero él siguió avanzando hasta una sala iluminada.-
Me llamo Barlas Marseken, solicito audiencia con la hermandad.
Nadie respondió y siguió adentrándose con curiosidad en el
templo. Un par de muchachas me susurraron preguntándome qué hacer, algunas de
ellas nunca habían visto a un extraño entre estos muros de piedra.
- Le veré. Me intriga mucho lo que
tenga que pedir.
El joven se sobresaltó al verme llegar. Tragó saliva con la
mirada firme, consciente de que muchas hermanas curiosas se asomaban a
hurtadillas para observarle también.
- ¿Eres amigo de la hermandad?
- Vengo como amigo.- respondió.- Confío en que puedan
ayudarme.
- ¿Cómo nos encontraste? ¿Recordabas el camino? Deberías
saber que castigamos la mentira.
- Lo sé. Información del futuro, alguien con acceso a ella
me la ha facilitado y aunque había poco donde leer, aprendí algo sobre este
lugar.
- ¿Y por qué has acudido a nosotras?
- Necesito deshacerme del Goa’uld que llevo en mi interior.-
emitió un largo suspiro.- Ha sido dueño de este cuerpo durante mucho tiempo
pero ahora quiero ser libre, definitivamente.
- Tenemos rituales para Goa’ulds… igual que muchas otras
especies similares. No es sencillo, ni indoloro, pero podríamos separarte de
él. ¿Realmente estás seguro de querer renunciar a eso? Tu cuerpo volverá a ser
mortal.
- Conozco todas las consecuencias y no hay nada que desee
más en este mundo. Lo digo de corazón. ¿Me ayudarán, hermanas?
- Nuestro código nos obliga, puesto que has realizado tu
petición como manda.
- ¿Y el precio?- dijo titubeando.
- Podemos obviarlo si satisfaces mi curiosidad… ¿cómo es que
tienes control sobre tus acciones? ¿Has llegado a una simbiosis mental con el
Goa’uld?
- Vale Decem.- pronunció casi en un susurro, pero su voz
resonaba igualmente con eco en la silenciosa sala, tenuemente alumbrada por unas
primitivas lámparas de aceite.- Es una hierba que crece salvaje en los campos
de Intai’sei.
- ¿Hasta allí han conquistado los llamados “señores del
sistema”? Creía que sus dominios no iban mucho más allá de las galaxias
colindantes a la Vía Láctea.
- Ni por asomo, son una raza casi en extinción y esas zonas
planetarias son dominio de nadie.
- Es bueno saber que la historia cambia ahí fuera. ¿Tu
huésped está completamente inconsciente ahora mismo? ¿Desconoce todo lo que
estás haciendo?
- Sí.
- Bien. Si aceptas ponerte en nuestras manos podemos
garantizarte una solución. Podemos brindarte tu libertad. Hay… hay más de un
método que podemos probar… pero si aceptas confiar en mí, no te pediré nada más
a cambio a ti, Barlas Marseken.
Cerró los ojos y asintió. Dejándose guiar por las hermanas,
fue hasta la sala de rituales estudiando con la mirada todo el entorno que le
rodeaba.
Dos copas humeantes fueron posadas sobre el altar. Cuando el
humo se disipó de una de ellas, el contenido parecía cristalino como el agua.
Con un gesto, una de las hermanas le indicó que cogiese esa primero.
- Bebe, para purificar tu interior. La otra es para bañarte
y purificar tu cuerpo, bastará con que te la eches por la cabeza y el líquido
discurra hacia abajo.
- ¿Dolerá?
- Haremos lo posible para sumirte en un estado de paz y que
no sientas nada cuando procedamos a la extracción. Será como caer en un sueño
agradable.
Barlas hizo lo indicado, bebiendo primero y mojándose
después. Varias hermanas fueron apareciendo en torno al altar, entonando un suave
canto. El joven se convulsionó, apoyando ambas manos sobre la piedra. Notaba como
poco a poco su piel comenzaba a brillar, como si una luz dorada emanase de
ella.
Se estaba mareando y todos sus sentidos se exageraban. La
luz se volvía cegadora, el olor a aceite, perfumes y humedad se intensificaba,
el canto se alzaba.
Cayó. Primero de rodillas y luego se giró apoyando su
espalda en la piedra.
- ¿Qué me está pasando? Esto no tiene nada de agradable.-
exclamó entre jadeos, con su piel brillando cada vez más, hasta que su cabeza
se venció hacia adelante y quedó inconsciente.
- Mentí.
Girándome súbitamente, me marché dejando que las jóvenes
hermanas se ocupen de subirle al altar para recostarle ahí.
Había mucho que hacer, el proceso tardaría por lo menos una
noche entera y para entonces tenía que procurar unas cosas.
Subí a la más alta recámara, entre pequeños y escarpados
pasillos de la montaña, a la mayor celeridad que mis piernas y las pesadas
túnicas me permitían. Una abertura en la roca, recubierta con telas, dejaba
entrar la luz lunar del exterior. Antes de que amanezca, todo estaría listo.
Al principio el joven emitía unos quejidos revolviéndose
como si estuviera teniendo una pesadilla. Por fortuna no llegó a despertar. El ritual
de regeneración, que así se le denominaba, podría haberse visto alterado si la
mente consciente de Barlas hubiera opuesto alguna resistencia al extraérsele la larva. El coro de
hermanas volvió a reunirse al despuntar el alba, para entonar una nueva
canción. El proceso estaba llegando a su fin y como en casi todos los casos,
acabaría siendo un misterio desconocido para quienes se sometían a él. Solo la
hermandad sabía en qué había consistido cada paso del ritual a lo largo de esa
noche, pero el resultado fue satisfactorio.
Sabiendo que estaba a punto de terminar, ordené desalojar la
estancia. Barlas yacía tumbado en el altar respirando pacíficamente, con las
ropas húmedas y pegadas al cuerpo. Ya había dado el paso. Dejé una pieza de
tela blanca a sus pies. Miré alrededor, pero ya no quedaba ninguna hermana
curiosa rezagada que pudiera espiar. Necesitaba quedarme a solas para hablar
con él cuando despertase.
Y lo hizo. Se envolvió con la tela alrededor de la cintura y
esbozó una media sonrisa al verme.
- Dastan.
- Gracias.- dijo observando a su alrededor.- ¿Te debo un
favor, entiendo? ¿O acaso él ya ha cumplido con el pago?
- No, no lo ha hecho. Pero tú ya sabes cuál es el pago que aceptaré
por tu parte.
- ¿Dejar embarazada a una de las hermanas ya no es lo
habitual?- preguntó en tono sarcástico.
- Devuélveme a mi hija, haz que recuerde quien fue y que
regrese a mí. Hace milenios que espero por ella, soy inmortal pero ya me estoy
haciendo vieja.
- Tu hija… ella es una reencarnación de mi esposa. El
destino me hizo encontrarla.- dijo mirando el cuerpo casi inerte sobre la piedra.-
Al igual que fue casi profético haber dado con él. Una reencarnación casi
perfecta de mí.
- De tu primer anfitrión.
- Eso es lo que cuenta. Es el único cuerpo que conocí.
- Da gracias a que te he salvado y tienes uno nuevo en el
que vivir.
- ¿Cómo llegó este pazguato hasta aquí? ¿En alguna de mis
naves?
- Si lo que quieres es contactar con tus súbditos, puedo
facilitártelo. Acompáñame.
Le costó apartar la mirada del cuerpo de Barlas y con un
sonoro chasquido, se sujetó la tela a la cintura y subió los escalones tras de
mí.
El apuesto hombre se paseó por el centro de la amplia sala
de su nave Ha’tak. Había sido transportado allí junto con la anciana líder de
la hermandad y estaban rodeados por varios Jaffas entre los que se incluían
Shamash y Shibila.
- ¿De verdad es usted, mi señor?- preguntó el primado, el
único en bajar la lanza.
- Sólo yo sabía ese código de marcación, ¿o no?- y tras
decir eso, sus ojos volvieron a iluminarse para dar más convencimiento a sus
palabras. Los jaffas, asustados, bajaron sus lanzaderas con excepción de una. Dastan
sonrió y se acercó a ella, acariciándole la mejilla con la mano libre que no
sujetaba la única prenda que le cubría.- Todavía dudas de que sea yo. Me
ofendes, charis.
Tras oír eso, la actitud de la guerrera cambió. Se relajó y
le tendió la lanzadera cuando Dastan se la pidió. Con un breve y acertado
movimiento, Dastan disparó al pecho de su primado. Tres disparos para
cerciorarse. Alzó la mano para que el resto de jaffas se marchasen.
Se agachó sobre el cuerpo del primado y cogió algo de su
cintura. Mientras tanto, Shibila observaba con recelo a la anciana que había
venido con él. Ese despiste le costó la vida, porque con otra demostración de
destreza, Dastan se abalanzó sobre ella y le clavó una puñalada en el abdomen. El
golpe fue certero, matando su larva al instante y apagando su mirada que
mostraba una expresión de incredulidad.
Dastan la sujetó para evitar que cayese al suelo. Levantó la
vista y la anciana ya estaba a su lado, sujetándola también. Se alejó hasta una
consola y pulsó unos cuantos botones.
- Es toda tuya, Shibila ha muerto con el alma de mi charis. Seguro puedes restaurar el
cuerpo de tu hija en la hermandad.- sin dar más tiempo a réplicas, activó la
teletransportación.- ¡Lars! ¡Lars, ven aquí!- antes del segundo bramido, vio cómo llegaba el
anciano lacayo.- ¿Estamos cerca de Malrrum? Tengo que
enviar un comunicado al insoportable de Deimos, el planeta y todas sus malditas
lunas vuelven a estar a su cargo. Igual que todo mi ejército quiere.
- ¡Mi señor, no lo entiendo!
- No sé cuantos pueden haberme traicionado, ni cuanta
información puede haber revelado Barlas durante el tiempo que se hizo con el
control de mis acciones. No voy a arriesgarme a que me la jueguen. Además estoy harto de guerras y luchas de poder, por ese utópico planeta o por cualquier parte de la galaxia. Es hora de
retirarse, viejo amigo. Tú y yo. Este nuevo cuerpo no marcará un nuevo
comienzo, sino una despedida. Si me volví tan megalómano que no supe ver que mi
propio anfitrión me estaba saboteando, es que mis días de señor del sistema ya
estaban acabados. Nos vamos Lars, si es que quieres seguirme, una retirada
silenciosa y definitiva. La galaxia es muy grande para que puedan encontrarnos,
y además… mejor permanecer perdido.
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